martes, 2 de agosto de 2011

José de San Martín: su retiro (8.1)

En marzo de 1829, San Martín intenta regresar a Buenos Aires. Al tomar conocimiento de que nuevamente estallaba la guerra civil, decide permanecer oculto (aunque fue descubierto). El general Juan Lavalle había derrocado y fusilado al gobernador Manuel Dorrego, pero ante la imposibilidad de vencer en la contienda, ofreció a San Martín la gobernación de la Provincia de Buenos Aires. Éste juzgó que la situación a que había llevado el enfrentamiento sólo se resolvería por la destrucción de uno de los dos partidos. A propósito, le respondió a Lavalle de manera contundente: "el general San Martín jamás desenvainará su espada para combatir a sus paisanos".

Se traslada a Montevideo, donde permanece tres meses para finalmente volver a Europa.

Durante los años que duró su exilio, San Martín mantuvo contacto con sus amigos en Buenos Aires, buscando interiorizarse de lo que acontecía en su país. En 1831 se radica en Francia, en una finca de campo bien próxima a París. Por esos años tiene lugar su afortunado encuentro con un antiguo compañero de armas en el ejército español, Alejandro Aguado, quien, convertido en un exitoso banquero, designa a San Martín tutor de sus hijos. Le paga a cambio una generosa contraprestación. Tres años más tarde, gracias al dinero ahorrado trabajando con su amigo y a la venta de las fincas con que lo habían premiado los gobiernos de Mendoza y Perú, se muda a una casa que compra en Grand Bourg.

Casa habitada por San Martín en Grand Bourg

En Grand Bourg, recibe la visita de varios personajes americanos, en general jóvenes románticos y liberales, exiliados de su país, como Juan Bautista Alberdi (en 1843) y Domingo Faustino Sarmiento (entre 1845 y 1848), que había viajado a Europa por encargo del gobierno chileno. Hasta sus últimos años mantuvo correspondencia con su gran amigo Tomás Guido, quien lo mantenía informado sobre la situación política en toda América.

Después de todo lo leído, y entre nosotros, total no se entera nadie: ¿no te dan ganas de viajar al pasado y zamarrear a los imbéciles enemigos de San Martín? Más que zamarrearlos, los echaría del país, pero José de San Martín, con todo lo grande que era, era un hombre humilde, benévolo, tolerante, digamos, insuperable (o inigualable).