domingo, 25 de noviembre de 2012

Entrega nro. 40


Felipe y su princesa se habían retirado del hotel, Francisco y Segundo descansaban en las reposeras de la terraza, enfrentados y separados por metro y medio de distancia, despojando las tensiones acumuladas durante la semana.
— ¿Qué harás ahora? —le preguntaba Francisco.
—Llamarla. No correspondía dejarle mi número telefónico.
— ¿Te dejó el teléfono? Eso habla muy bien de ella.
—Me lo dejó escrito en una servilleta. Eso habla de que es una nena caprichosa.
— ¿Entonces? —se rascaba el mentón.
—Entonces llamaré en un par de días, tampoco quiero que se la crea.
—Ahí está tu error, ella debe creérsela. ¿No te parece?
Segundo lo miraba y reflexionaba, estaba pensando demasiado pero se decidía a hablar:
—Sé perfectamente cómo tratar a una dama. La llamaré pasado mañana.
—Entonces mañana conocerás un lugar que te aseguro jamás podrás olvidar.
En silencio se cruzaban de piernas, los dos al mismo tiempo, la derecha por encima de la izquierda, y después se observaban, casi sin parpadear, como dos marcianos que podían comunicarse sin hablar.