jueves, 29 de noviembre de 2012

Entrega nro. 49


Lo que Felipe desconocía era que su princesa estaba gozando algo deseado con ansias pero nunca concretado, porque no se animaba: estaba con Segundo, en su suite del hotel, recostada en la confortable cama de dos plazas que abarcaba gran parte de su privilegiada habitación con vista al río. Lucía excitada, al borde del éxtasis con una sábana blanca que le cubría las intimidades, entre su entrepierna y los pechos, tan sensual como las sirenas de los mares imaginarios. Su cabello estaba echado sobre la funda de la almohada. Sentía besos de lengua en sus erectos pechos de miel virgen, es que Segundo se movía por debajo de la sábana, saboreando su cuerpo, un bondadoso cuerpo de mujer recubierto por la suavidad de una piel erizada porque su teléfono sonaba nuevamente.
— ¡Segundo! ¡Mi amor! ¿Por qué no paramos un poco? Puede estar llamando papá.
—Hagamos el amor, te deseo —distorsionaba el sonido de la voz al refugiarse entre sus piernas y una bombacha rosada que ya había corrido de lugar con los dientes.
El teléfono sonaba ininterrumpidamente, no paraba de timbrar. Ellos practicaban el amor, se exploraban por primera vez, nada ni nadie podían impedir la entrega de un cuerpo completamente enamorado y otro excitado pero aquejado por la traición. Ella abría las piernas y entregaba su sexo, sintiendo con timidez la exploración de sus órganos explosivos. Por tercera vez consecutiva, su teléfono comenzaba a sonar.