viernes, 30 de noviembre de 2012

Entrega nro. 50


— ¿Cómo puede ser que me siga rechazando?, —se cuestionaba Felipe mientras se rascaba la oreja donde había apoyado tantas veces el celular—. Esa chica está yendo muy lejos. ¿Está con él? —lo miraba a Francisco.
—No tengo la menor idea, pero no hay de qué preocuparse, don Felipe, nuestros hijos se adoran. Piense en el bienestar de su hija. Mi hijo es un hombre con todas las letras, jamás le faltaría el respeto.
Su desequilibrio emocional era un hecho, estaba desorbitado, masticaba bronca, y Francisco lo percibía, entonces abandonaba el asiento del carro para acercarse a ese padre desesperado que temía la revelación de su princesa virgen en vías de extinción. Tomó contacto con su hombro izquierdo, y con mucha serenidad le dijo:
—Lo que más deseo es que mi hijo la haga feliz. Démosle una oportunidad. Si usted confía en mí también debería confiar en Segundo.
—Lo primero que quiero es poder hablar con mi hija, y después compartir una charla con su hijo. La única manera de conocerlo sería proponiéndole que trabaje con mi equipo. ¿Estaría dispuesto a aceptar tal ofrecimiento?
—Pero claro, hombre —quitaba la mano de su hombro—. Estoy de acuerdo. Qué mejor que trabaje para usted. No tengo dudas de que así será. De todos modos es importante que primero aclare las cosas con su hija. Si considera que ese noviazgo no debe continuar, mi hijo lo comprenderá porque hablaré con él, y él —respiraba hondo—, él es un muchacho pensante.
—Gracias, Francisco. Sepa disculpar este mal momento.
—Queda todo más que claro, y entre nosotros. ¿Por qué no jugamos al golf? Me da la sensación de que aún es un gran golfista.
—Eso intento, eso intento —murmuraba y observaba el banderín.
Felipe ya no daba diente con diente, inhalaba aire puro después del huracán que había arrasado con su calma. Los prometidos acababan el acto sexual en el preciso instante en que él taqueaba la bola y lograba meterla en el hoyo. Un bicho canasta se extinguía pero una mariposa comenzaba a volar, tan libre como las golondrinas que emigraban en aras de tierras más prósperas. Eso sí, Felipe estaba confundido, y demasiado preocupado.