sábado, 22 de diciembre de 2012

Entrega nro. 91


El testimonio delator había concluido. La mirada de Francisco se hallaba anclada en el desconcierto absoluto. Ni siquiera pestañeaba. En contraste, el fiscal se cruzaba de piernas y encendía un cigarrillo. Gesticulaba una sonrisa. Entre bocanadas de humo y ciertas sonrisas hipócritas le preguntaba:
— ¿Qué tiene para decir?
Exhalaba humo y lo impregnaba en la camisa de Francisco, quizá sobrándolo.
—Que injustamente estoy en problemas, acusado por alguien que no conozco y sin la presencia de mi abogado.
—Vamos, Francisco, usted es un hombre inteligente. Por lo tanto sabe muy bien que ese testimonio podría enjuiciarlo hasta arrojarlo en una sucia celda. ¿O acaso piensa pudrirse en la cárcel?
—Eso no puede pasar —expresaba cabizbajamente, perdiendo fuerza en la voz.
—Pero todo tiene solución. El bien es una utopía. Después de todo, tenemos los pies sobre la tierra.
No cabían dudas de que el fiscal lo había sorprendido. Acababa de arrojar el pucho al piso y lo pisoteaba. Después se paraba y se le acercaba para apoyarle la mano izquierda en la clavícula derecha. Muy seguro de sus actos, comentaba:
—Estimado Francisco, este año quiero comprar un country en la zona de Pilar. No tiene una idea cuán intensos son mis deseos de compartir tardes de campo junto a mi familia.
—Pero usted debería ahorrar —no lo miraba, tenía los ojos puestos en la puerta—, ¿cuánto dinero le falta?
—Unos trescientos mil.
— ¿Pesos?
—Argentinos, claro.
El rostro de Francisco recuperaba la sonrisa perdida. Indudablemente, los dichos del fiscal optimizaban su estado de ánimo.
—Imagino que no tiene copias de la grabación.
—Querido Francisco, soy fiscal pero también un oportunista. Lo que se dice: un hombre de negocios con habilidad e intuición. Para estos asuntos soy una roca. No tengo copias.
—Siempre se debuta por algo y gracias a alguien —sentía sus uñas en la clavícula—. Usted sabe, la vida sería aburrida si los pecados fuesen ignorados. Ahora, ¿dónde está esa putita?
—Bien resguardada en la suite cuarenta y siete. Meterse con ella es como joder al diablo. Le sugiero que no la toque.
— ¿Segundo Noruega?
—Nada sabemos de él.
—No hay problema, yo mismo me encargaré de rastrearlo.
El fiscal regresaba a su silla, acosado por las inquietas pupilas de su interrogado.
—Imagino que usted es una tumba —le decía el fiscal al sentarse—. Ni su abogado puede conocer este pacto.
— ¿Acaso tengo cara de imbécil?
—Calle tiene de sobra y reconozco que lo subestimé.
—Hace bien en reconocerlo. Por mi parte le aseguro que su cuenta bancaria se verá abultada.
—Y yo le aseguro que esa grabación ya le pertenece —formaba una pícara sonrisa—. ¿Aún requiere de la presencia de su abogado?
—De los favores se vive y yo le debo unos cuantos.
Sonaban las carcajadas. El soborno se materializaba con un fuerte apretón de manos. Después se paraban en simultáneo. El fiscal entregaba el grabador portátil, Francisco lo arrojaba al piso y se calzaba el zapato para pisotearlo placenteramente hasta destrozarlo en varios pedazos. El dinero de Francisco, mandaba.