domingo, 29 de enero de 2017

EL IMPERIO DEL SOL (EPISODIO #333)


El camino de regreso seguía siendo idéntico, las mismas hierbas, los mismos hormigueros, el mismo silencio perpetuo, pero mi equipo de valientes era un recuerdo. El zumbido de unas moscas me arrastraba algunos metros, en el mismo sitio que sin dudas era el punto de reencuentro. Algo olía mal, más allá de mi fétido aliento. Entre unas malezas amarillentas hallaba un cuerpo. Estaba quedo. Tal vez, durmiendo. Tenía pelos gruesos. Eran negros. Cubriendo mi nariz con los dedos descubría que el mono estaba muerto, allí, frente a mi fruncido ceño, frente a mi singular desconcierto, con un tajo en la panza, aterrador y espeluznante, que sangraba en exceso, con los ojos tiesos y bien abiertos en dirección a unos nubarrones que tímidamente encapotaban el cielo, como si contemplara su alma escapando del infierno. Desesperaba. «¿Qué diablos está sucediendo?, ¿dónde están mis compañeros?», me cuestionaba, boquiabierto. No podía creerlo. Habían aniquilado a uno de los nuestros.